viernes, 7 de noviembre de 2008

PEPE, MI AMIGO


Me dio lata y pena enterarme de la muerte de Pepe Olivares. Porque es de los que uno apunta en la lista de los “imprescindibles” de la vida. Uno de esos tipos con los que puedes contar, que te dirán las verdades en la “dura” (a veces, le agregan al palo la frasecita “pero te lo digo en el amor del Señor”). Pero igual vale.

Una mañana de domingo, a poco de seguir a Jesús, me mandó a predicar a la misión en Santa Juana, cerca de Concepción. Pensé que era como hacer una clase o dictar una charla de algo así como “el anquilosamiento y la degradación moral de la burguesía en la obra narrativa de José Donoso”…pero naquenver. Es otra cosa tener que hablar de parte de Dios. Pero fue el empujón que todo joven necesita. Algo aprendí. Ese era Pepe. De los que critican a los jóvenes y al mismo tiempo les dan las oportunidades para equivocarse o achuntarle.

Pepe era sincero y auténtico; de los que dicen lo que piensan. Por eso generan simpatías o antipatías extremas. Amados o amados menos. Pepe gozaba del afecto de los jóvenes de entonces, por lo mismo; porque era de los que “se mojan el potito”, y esos valen mucho más que una multitud de cínicos sonrientes. Son los que te dicen la crítica cara a cara, y sabes lo que piensan. Jamás te sobarán la espalda antes de clavarte un puñal. Porque más de una vez tuve su encontrón con Pepe, pero su sinceridad me hacía tenerlo en alta estima. Y nos podíamos enojar (siempre por cuestiones de los jóvenes), pero después nos volvíamos abrazar el domingo a la salida del culto.


De estos no se dan muchos por la vida. Por eso se llora su partida, pero se celebra el saber que ya ha heredado la corona de vida de los que permanecen fieles.