martes, 5 de mayo de 2009

El apóstol Pablo practicaba atletismo


Si Pablo viviese en estos días, practicaría “running”. Capaz que hasta participara en la Gran Corrida de Santiago, y no en el tramo más corto, sino en los 42 km. del maratón, porque él buscaba las metas mayores: “yo no corro como quien no tiene meta” (1 Co. 9:26ª) Es que nadie podría haber escrito con tanta pasión que la vida cristiana es como la de un atleta que corre hacia la meta, al menos que haya practicado el atletismo. No me extrañaría que un sábado por la mañana, en lugar de ir a la sinagoga a hablar del Cristo (lo del domingo vino un buen rato después), se fuera a trotar por los campos de Corinto.

Tuvimos un desafío con José Ignacio. Nuestro hijo –y yo también-, necesitaba demostrarse a sí mismo que la persistencia es vital para alcanzar una meta. Por eso se inscribió para participar en la Corrida Milo 2009. Durante un mes salíamos casi a diario juntos a trotar para lograr el objetivo de correr los 4 kilómetros de la prueba. La primera vez dio dos vueltas a la pista y casi murió. Su primera reacción fue: “¡Imposible! ¡Papá, no lo voy a lograr!” (¿Cuántas veces no le hemos dicho eso mismo a Dios?).
Poco a poco fuimos aumentando la distancia. Es que no se trataba del “premio”, era llegar a la meta. En un descanso, conversamos acerca de qué otras cosas ganábamos con la carrera. Y llegamos a la conclusión, que demostraría que era capaz de lograr un fin si se lo proponía. Y que los logros en la vida requieren esfuerzo, constancia, preparación. Era la satisfacción que produce el llegar al final. Pero también el tiempo precioso que tuvimos para disfrutar, compartir y proponernos algo los dos.
Dos días antes de la carrera hicimos los 4 km. sin detenernos. Lo habíamos logrado, cansados y transpirados nos dimos un abrazo y un beso.

Llegó el día de la prueba. Ese domingo (¡Herejía! ¡No fuimos a la sinagoga, sino a correr!), oramos juntos dando gracias por los momentos que habíamos disfrutado y porque queríamos lograr nuestro objetivo. Lo acompañé durante toda la carrera, para animarlo. (Al domingo siguiente un hermano de la iglesia me dijo “me emocionó verlo correr junto a su hijo, animándolo. Pensé en Dios – Papá que a cada rato corre con nosotros dándonos aliento). Cuando quiso detenerse y caminar, lo alenté para que siguiera. Cada vez faltaba menos y lo lograría. Qué importa en qué lugar llegó o cuánto tiempo demoró. Lo importante es que cruzó la meta. Tal como corremos la carrera de la vida cristiana. No es importante la posición ni los años que estés en carrera…es el fin último.
Leí en algún blog algo sobre los “running” (los “corredores”, locos de patio, que corren por las calles de la ciudad) que decía “Se inventan una meta en cada carrera. Se ganan a sí mismos, a los que insisten en mirarlos desde la vereda, a los que los miran por televisión y a los que ni siquiera saben que hay locos que corren.”


El apóstol Juan está desterrado en la isla de Patmos. Sentado en una roca frente al mar, tiene al frente a Grecia. Seguramente piensa en los atletas que están en el tiempo de las Olimpíadas (que eran los cuatro años de preparación para los Juegos)…y escribe: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap.2:10c)