domingo, 18 de julio de 2010

Los mal dichos que no agradan a Dios


Hay quienes muy sueltos de cuerpo, largan frasecitas que juran que se encuentran en la Biblia, algo así como: “Dios dice ayúdate que yo te ayudaré”. Pero, ¿cuántas otras expresiones hacemos decir a Dios sin considerar que ni siquiera aparece la idea en la Biblia? Algunos muy seguros afirman, “como dice la Biblia: a quien madrugada Dios le ayuda”. Y en una mal entendida tolerancia, ponemos una sonrisita nerviosa que nadie interpreta como “eso no está en la Biblia”. Lo mismo pasa con frases en la más profunda de las teológicas, que nos apropiamos de ellas y las hacemos circular como una verdad incuestionable. Así se popularizó: “A Dios no se le pregunta por qué, sino para qué”, cuando estamos con el corazón en la mano y sin respuestas en medio de una crisis. Y la última, la de moda a propósito del debate acerca de la homosexualidad: “Dios aborrece al pecado, pero ama el pecador”. Esa última es tan absurda como si le dijera a Noemí, “Milcita, te amo, pero no me gusta tu cara”. O al Jose, “hijo, aborrezco como eres, pero te amo”; o a la Belenzuela, “Beyén, me cargan las cosas que haces, pero te amo”. Lo que pasa es que lo que somos y lo que hacemos va de la mano. Es indisociable. Y en todas esas paradojas de la vida, igual “todos somos creados a imagen y semejanza de Dios”. Es lo que somos y hacemos. E igual “todos somos pecadores”. Es así. ¿Alguien se imagina a Felipe, que le hizo dedo a un tipo que iba de camino, diciéndole “Dios aborrece que seas eunuco y etíope, pero te ama, Eunuco y Etíope”? La historia se cuenta en Hechos 8. El tipo era un buscador de Dios, aunque no entendía nada de lo que iba leyendo en las Escrituras. Felipe le tuvo que explicar de quién hablaba la palabra de Dios. Cuando comprendió, lo primero que hizo fue buscar agua donde bautizarse, como señal de que había creído en Jesús. Pero éste estaba marginado de la sociedad, no podía ser parte de la vida ni de la comunidad religiosa de Israel. ¡No tenía derecho a acercarse a Dios para ofrecer su propia adoración! Primero, porque era eunuco. Su castración lo hacía indigno, impuro, según las leyes de Levítico. Más encima era un etíope, es decir, un extranjero que no podía ofrecer sus animales como ofrenda, pues en ellos había corrupción. ¡A todas luces era indigno! Así que Felipe podía haberle dicho: “Dios aborrece el pecado, pero ama el pecador”. Eso hubiese sido un absurdo: el pobre fulano no tenía forma de hacerse un implante (en esos tiempos) para dejar de ser eunuco; tampoco podía dejar de ser de una condición étnica o de procedencia; aunque cambiara de nacionalidad, seguiría siendo etíope. Como un amigo que tiene ciudadanía española, según su pasaporte, pero nacido en Cherquenco (de Temuco pa’ entro): no puede dejar de ser chileno. El punto es este: Dios nos ama tal cual somos, lo que somos. Me ama “tal como soy de pecador” con ese pecado que cargo a cuesta, pero que sólo en su amor encuentro perdón. Y si algo puede cambiar mi ser interior, ese es el amor de Jesús. Por eso, a la gente marginada no le dejo caer frases clichés…simplemente les hago sentir mi amor, tal como lo haría Jesús.