martes, 30 de marzo de 2010

Jesús es un mal negocio


Definitivo: Los negocios y la vida espiritual no son compatibles. Pero no se mal entienda, que no es lo mismo que andar al 3 y al 4 por la vida y no poder acceder a un bienestar económico.

Una semana antes de su crucifixión, Jesús se encamina hacia Jerusalén. Una multitud de pobres y desamparados, la mayoría galileos, han llegado también para celebrar la fiesta religiosa de la Pascua. La ciudad está convulsionada con tanta gente, y no deja de ser buen negocio ofrecer hospedajes y puestos con comidas.

De pronto ingresa Jesús, el Mesías, el escogido de Dios para liberar a su pueblo; montado en un burrito. Los peregrinos, esperanzados en que él aliviará sus desgracias, le hacen calle con ramas y mantos al grito de:
“¡Sálvanos, Mesías nuestro!
¡Bendito tú, que vienes de parte de Dios!
Por favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!” (Mateo 21:9 – TLA)

Inmediatamente se dirige al templo y empieza a patear las mesas donde se habían instalado los que hacían el negociado del año: cambiar monedas extranjeras para las ofrendas, por supuesto pagando un cambio inferior al valor real. O vendiendo palomas para la ofrenda de sacrificio más barata, la de los pobres, con precios abultados. Y Jesús protesta: "Este templo es mi casa y aquí se viene a orar". Pero ustedes lo han convertido en cueva de ladrones" (Mt.21:13). Así la figura de Jesús no le cayó en gracia a la gente de Jerusalén. “No nos simpatizas”, pensaron para sí. Y fueron estos, los que en cuanto tuvieron la oportunidad vociferaron: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
Sí….Jesús era un mal negocio.

De ese modo lo entendió el joven que se autocomplacía en su espiritualidad al dar cumplimiento con todo lo que la ley establecía, hasta cuando Jesús le dijo: “ -Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y da el dinero a los pobres. Así, Dios te dará un gran premio en el cielo. Luego ven y conviértete en uno de mis seguidores.” (Mt. 19:21 – TLA). Mientras no nos toquen el dinero, todo está bien. Tratar con Jesús es estar dispuesto a entregarse por entero a él…incluidos nuestros bolsillos. Esta renuncia no tiene nada que ver con optar por vivir en una pobreza franciscana; tiene que ver con el desapego de las riquezas propias (y no tiene que ver con cifras, sino con cuanto atesoro lo que puedo tener como posesión).

El profeta Miqueas, después de darle duro a los ricos opresores que se aprovechaban de los pobres, dice: “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor:
Practicar la justicia,
amar la misericordia,
y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8 - NVI)

Cuando llega Semana Santa, y leo lo que aconteció días antes de la muerte de Jesús, me conmociona pensar en cuánto “atesoramos” nuestro enclaustramiento en retiros, vigilias, cultos de resurrección con su infaltable desayuno y otros; en lugar de desprendernos de algo para los pobres que a gritos piden “¡Por favor, ¡sálvanos, Dios altísimo!”


domingo, 7 de marzo de 2010

SÓLO PARA LOS QUE QUIEREN AYUDAR A LOS DAMNIFICADOS


Nuestra hija cuestionaba la frase “Dios nos habló a través de este terremoto”, y nuestro hijo José le respondió: “Belén, yo no escuché nada”. Me di cuenta que, con muy buenas intenciones, estábamos cayendo el error de mal-decir con nuestras palabras la vida de quienes estaban sufriendo a causa de este desastre.

Estas son algunas sugerencias de cómo “bendecir” con nuestro hablar en este tiempo de depre post-traumática:

1. Réstate de los que buscan culpables. Más allá de los errores y desaciertos del sistema, muchos se han hecho cargo de las virulentas acusaciones de culpabilidad que circulaban por Facebook. Esto de buscar culpables en lo que me supera, es propio de la naturaleza humana, me comentaba mi amiga Joce. Y es cierto, viene de tiempos de Adán, que de un tiro culpó a Eva y a Dios que le dio a esa mujer por haber comido del fruto prohibido.

Como este desastre nos supera, no podemos culpar a “la madre naturaleza”, y los creyentes no le podemos echar la culpa a Dios y los ateos no tienen a quien. Entonces, hay que buscar un culpable…inmobiliarias, onemi, armada, presidenta, y un largo etcétera.
Recuerda que los pacificadores, los que traen paz, son los dichosos. Tratemos de mantener la dicha y transmitir paz.

  1. Evita lapidar a los que cayeron en la irracionalidad del saqueo. Todos lo vimos: plasmas que subían los flaites a sus “triciclos” y….peloláis que los echaban en sus 4x4. Me explicaban que esa irracionalidad sólo se entiende porque la experiencia traumática del cataclismo, rompe nuestros esquemas de lo cotidiano y de la normalidad. Por eso ahora muchos están devolviendo esos enseres. ¡No podemos sumarnos a los que decían “pásenme un arma y me los piteo a todos”! Aquí se prueba si estamos dispuestos amar…hasta los enemigos, en este caso del bien ajeno.
  2. Desecha expresiones kanutas tales como: “Dios nos habló”, al menos que expliques que el hecho del terremoto nos hace reflexionar acerca de nuestra vida. Ni se te ocurra decir “este es un castigo de Dios”, porque ¿cómo lo haces coherente con el evangelio de la gracia y del amor cuando quieras evangelizar a esas personas? O lanzar la frase “Dios nos envió una prueba”, como si la destrucción, la muerte y el dolor de la humanidad fuera el camino para que las personas conozcan de su amor. Y lo de “esta es una maldición sobre Chile porque…”: sin comentarios. ¡Recuerda que anunciamos “buenas noticias”!
  3. Permítele a la gente a expresar sus sentimientos. Jesús se permitió darle expresión al dolor cuando lloró por su amigo Lázaro. No les reprimas la expresión de sentimientos a las personas, que pueden ir de la queja, a la tristeza, e incluso hasta el enojo. Es suficiente con guardar silencio, acompañar y dar un abrazo o un “toque” de amor, al estilo de Jesús.
  4. Escucha los reclamos de la gente. Los salmistas reclamaron por situaciones que estaban viviendo y que el propio Jesús recordó en la cruz al citar el salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Se debe permitir el reclamo y las preguntas de por qué y para qué ha sucedido esto.
  5. Evita dar “respuestas” para todo. Reconoce que para muchas preguntas que nos podemos hacer frente a lo sucedido, no tenemos una respuesta definitiva. La honestidad de reconocer que sencillamente hay situaciones de la vida, como este desastre, que nos quedan grandes; te hará más creíble ante tus amigos.

Sólo recuerda la historia de Job, quien perdió a sus hijos, sus bienes, su salud física e incluso emocional; y ante tamaña desgracia había una certeza de fe que lo motivaba:

“Yo sé que mi redentor vive,
y que al final triunfará sobre la muerte.”